domingo, 8 de junio de 2008

Algo viejo

Esto lo escribí hace un año más o menos. Nunca lo terminé, no me resultaba la idea.
Bueno, chau. Un beso.


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- Vaamos, macho, levantá las patitas.
Lo hice, una por vez, y salí goteando. Un segundo después ya estaba todo envuelto y protegido del frío primero. Tiritaba un poquito, no sé muy bien por qué. De un segundo a otro me olvidé, ya venía y no podía disimular mi sonrisa. Papá sabía pero se hacía el distraído. Yo me ponía más y más nervioso. Siglos después, Papá me envolvió la cabeza en la toalla. Yo siempre me imaginaba en ese momento que mi cabeza era como el mundo en un terremoto, se les caían las hojas a todos los árboles, hasta algunos se salían de raíz, y los edificios, y los autos. Eran pocos segundos y en realidad no quedaba tan seco. Eso no importaba, mejor pensar en esos árboles, autos y edificios sacados de raíz.
Papá miró el reloj, aunque ya sabía la hora.
- Mirá qué hora es. ¡Las nueve y media! Es tardísimo-. Me señaló con la vista el pijama. Estaba arriba de la tapa del cesto de la ropa sucia. Como siempre.- Ponételo vos que ya sos grande, ¿eh? Después andá a la cama con tus hermanos y esperános que ya vamos con mamá a rezar.
Un segundo de ráfaga helada. Después la puerta ya cerrada. Más bien arrimada, la madera de la puerta estaba hinchada y para cerrar había que dedicarse un momento a la tarea. Igual papá y mamá no cerraban la puerta nunca. Menos conmigo del otro lado solo. Una vez, jugando con mis hermanos mientras nos lavábamos los dientes después de cenar, nos quedamos encerrados Santiago y yo en el baño. Fue mi culpa, en realidad. Yo había cerrado la puerta del todo y con traba para que Mariano no pudiera pasar. Así pasó, Mariano intentó abrir, no pudo y a mí yo me reí fuerte para que se escuchara desde el otro lado. Cuando le saqué la traba, tampoco pudo abrir la puerta. A los segundos ya estaba gritando, con lágrimas y mocos. Estuvimos años ahí adentro, y yo lloré cada uno de ellos. Finalmente, papá de un lado y Santiago del otro lograron mágicamente destrabar la puerta. Cuando me calmé, supe que fue una vergüenza. Ahora había pasado tanto tiempo… pero igual dejaban la puerta arrimada.