Esto estaba publicado en el otro blog. Y lo saqué, sí. Ahora está acá, el patio de atrás. Seguramente iré poniendo otros hijitos mochos de este lado de mi mundo.
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De chicos, Juan hablaba tan pesado y los padres estaban maravillados. Hablaba con esas palabras gigantes en las comidas y a veces a la hora del té. A Sebastián lo aburría, le daba celos. Se imaginaba cada una de esas palabras como pelotas. Grandes bólidos esféricos de todos colores. Las pelotas salían del pecho de Juan , continuaban por la garganta, recorrían la lengua-ralentadas como vacas rumiando- hasta llegar a la punta. Ahí caían estúpidas a la mesa como bombas de pintura. Teñían los platos, las manos, los ñoquis, las bocas. Sebastián tenía que hacer un esfuerzo para seguir comiendo. Comía sus ñoquis pensando en aquella pelota que sería demasiado grande. En esa que llegaría hasta la punta de la lengua y que luego rodaría para atrás, obstruyéndole la garganta.
Juan se ahogó en el río años más tarde. El muy bastardo nunca sintió culpa alguna.
martes, 6 de mayo de 2008
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1 comentario:
me hiciste caso, once.
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