miércoles, 27 de enero de 2010

Sal

Entonces te descubrí ajena. Que no tenías mi pasado, mis manos, mis padres, mis pecas. Que no te despertás por el calor en las madrugadas de Enero, que no le ponés tanta sal a las comidas. Acaso siquiera te guste la sal.

Desengañado, resolví negarte. Besé tu boca gélida, y en un último acto de fe tapé los espejos todos con toallas viejas.

Ahora estoy bien. Sólo rengueo un poco cuando te veo a trasluz en algún vidrio.

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